miércoles, 19 de diciembre de 2012

Permiso demorado


-El sentido común es el menos común de los sentidos- dijo mi amigo, apuntando al auto que iba delante de nosotros.
-Ya se, la señora va manejando por la izquierda, a paso de tortuga y vos no la querés rebasar por la derecha.
-¿Sabés porqué?
-Supongo que es porque no te gusta romper las reglas, te salís del sentido común-, bromee.
-Vos te reís. Esa “Señora”, porque hay que llamarla de alguna forma- dijo con marcada ironía-, va a llegar a su casa sana y salva, habiendo causado varios retrasos, discusiones, provocado excusas por llegar tarde, y hasta algún accidente.
-Es como la Intendencia Municipal, ignorante, ineficaz, y culpable.
Apenas lo dijo el auto de marras frenó súbitamente, obligándonos a hacer lo mismo. Tan imprevista como la frenada, fueron los acontecimientos que se sucedieron. Bocinazos e insultos de desaprobación a su maniobra fueron seguidos por chirriar de neumáticos, y dos autos se salieron de la senda, buscando rebasar a la causante por ambos lados.
La impávida mujer encendió el señalero indicando tardíamente su intención de doblar a la izquierda.
Uno de los enojados automovilistas apenas la pudo esquivar  y ocasionó otra serie de frenadas, bocinazos e insultos. Como había rebasado por la mano contraria, obligó a uno que venía de frente y a exceso de velocidad a maniobrar bruscamente para esquivarlo, lo que lo envió contra la acera de enfrente, donde derribó varias bicicletas y un cartel de: “conduzca despacio”.
No vimos que sucedió después porque nuestra senda ya renaudaba la marcha, sin que la dama que originó el lío se percatara de nada.
MI amigo, impasible, continuó: - A eso me refería, a las consecuencias de la inefectividad e ignorancia de la administración pública. Esta “viejita”- adjetivizó con despectivo cariño,- cuando se entere de la noticia esta noche o mañana, va a lanzar una exclamación al saber del accidente; seguro dirá: -Yo justo pasé por ahí a la misma hora y no vi nada.
-¿Entendés la analogía?, me preguntó con cara de sabihondo.
-Si, dale, atendé el tránsito, le dije con paciencia.
-¿Qué fue lo que te hicieron en esa oficina para que estés tan enojado?
-Si hubieran hecho algo, aunque mal, me sentiría mejor. Te ignoran completamente. Llevo tres años atrás de un permiso para vender choripanes en la costanera. No es justo.
Me preguntó:
-¿Querés que te diga lo que les hice la última vez que fui?
-Contame, contame.
-Siempre llegaba al mostrador y nadie me atendía. A veces pasaba veinte minutos esperando, y ellos y ellas, los supuestos “funcionarios”, que dicho sea de paso la palabra viene de funcionar, cosa que no sucede en ese lugar; ellos, te decía, me ignoraban, como si yo no existiera.
-¿Y?
-Me llevé un atomizador con pintura roja, de esa que se quita con un trapo mojado. Me puse unos jeans, tenis, llegué una hora después de que abrieron; entré a la oficina. Parado en el lugar de siempre, sucedió lo que siempre, ni me miraban. Cuando iban veinte minutos, me empecé a rociar de rojo desde la cabeza hacia abajo.
Me pinté el pelo, la cara, el pecho, los brazos; cuando iba a comenzar con las piernas, se acercaron dos tipos, vestidos iguales, supongo que encargados de la limpieza.
Me preguntaron qué me pasaba.
Les pregunté llorando, fingiendo por supuesto: -¿Ustedes me ven?
-Uno dijo: ¡Claro señor!
-¿Me ven completamente?, las piernas sin pintar, ¿también las ven?
-Si, lo vemos todo. ¿Podemos ayudarle?
-Entonces empecé a gritar: ¡Me ven, me ven, gracias a Dios, no soy invisible!
-Qué loco-, comenté- mirá si terminás preso.
-Casi, casi, pero logré que me atendieran. Ahora, aunque no resuelven nada todavía, por lo menos viene uno corriendo a preguntarme en que me puede servir.
Largué la carcajada, y mi amigo también.
Luego volvimos a la realidad.
-Ya casi llegamos. – y agregué- la verdad que te admiro.
Nos despedimos en la puerta de  mi casa.
A la mañana siguiente, compré “El País” para ver si el accidente que presenciamos, o casi, había tenido consecuencias graves.
Me cercioré del lugar y fecha de la edición, por las dudas: “Montevideo, diecisiete de octubre de mil novecientos ochenta y dos”
Antes de llegar a las noticias metropolitanas me llamó la atención el titular. Las grandes letras publicaban dramáticamente  “Ataque a establecimiento rural deja como saldo un gallinero destrozado” y agregaban: “extrañas huellas son el único rastro de la nocturna incursión”, luego ampliaba el artículo que también el perro de la familia, un fox terrier pequeño, pero barullento, había sido también víctima del ataque. Parte de su cadáver, la mitad posterior, lo encontró el dueño en la madrugada siguiente, en un charco de sangre.
La familia, desconsolada, apareció en el informativo de la tarde, luego que las fuerzas policiales autorizaran a las agencias de noticias a ingresar a al predio de la vivienda.
Pese a lo denodado de la búsqueda, no se encontraron rastros de que o quién causara la matanza. De las gallinas, el gallo y los huevos, lo único que quedó fueron plumas desparramadas por doquier y los nidos destrozados.
La noticia ganó la calle y se especulaba que asentamientos ilegales cercanos, habían empezado a atacar las viviendas suburbanas en busca de provisiones.
Otros decían que un ser horripilante había reaparecido, porque el fenómeno se daba en los años de mucho calor, y esa primavera había comenzado con inusuales altas temperaturas, lo que reforzaba la teoría del ente sobrenatural. Según la gente de más edad, la visita sucedía en los veranos extremadamente tórridos, cuando los seres se aventuraban a dejar los recónditos lugares de su hábitat natural, al aumentar desmesuradamente su temperatura corporal, que los hacía muy agresivos.
 -No le tienen miedo a nada- decían.
Las teorías proliferaban y el nerviosismo de la población de las chacras cercanas se hacía sentir, pidiendo protección extra, mientras reforzaban las rejas de hierro de sus ventanas y las cercas de los gallineros.
Exactamente una semana después, otro hecho similar llenó los titulares de la prensa. Tanto “El País” como “Últimas Noticias” publicaban fotografías de una porqueriza con la empalizada derribada, donde toda una camada de lechones había desaparecido, al igual que el contenido de las bolsas de ración, que aparecieron esparcidas en el galpón destinado a su almacenamiento. La puerta de madera presentaba un boquete hacia adentro. La cerda, madre de los cochinitos, todavía no había sido encontrada. El perro de la casa, un ovejero alemán con reputación  de malo y mordedor, había arrancado la estaca, y con cadena y todo, fue hallado gimiendo a un kilómetro del lugar, en una casucha derruida, de donde no quería salir.
Algunos decían que aprovechando la confusión alguien se había alzado con los animales, rompiendo la puerta para inculpar al responsable del ataque anterior.
Mi amigo y yo decidimos dar un vistazo por la zona. Conocíamos a un ingeniero mecánico que se había establecido en el lugar, de paso lo visitaríamos y veríamos como marchaba su proyecto del criadero de ranas.
No fue mucho lo que pudimos ver ni averiguar. Notamos el nerviosismo de las personas y escuchamos los disparates más increíbles. La imaginación popular,  sacando provecho de las anómalas condiciones de los ataques, ya hablaba de extraterrestres y de seres traídos de las selvas amazónicas, y criados en cautiverio, los que escapándose comenzaron la matanza.
-Que no terminará- agregaban-, hasta cazarlos.
Luego de parar a tomarnos un refresco, nos dirigimos en nuestro viejo auto a la casa del ingeniero.
Persona singular, había dejado el taller metalúrgico que le daba buenos dividendos, comprado un terreno de cinco hectáreas y se había dedicado a desarrollar diversos proyectos. Tenía un criadero de lombrices, que vendía como carnada a los pescadores, y que a su vez enriquecía la tierra del cultivo, que también vendía como abono. Pero su principal dedicación era el criadero de ranas. Habiendo estudiado el mercado culinario del vecino país, se percató que la población de la zona sur del Brasil consumía grandes cantidades de estos anuros y que los proveedores no podían cumplir con la creciente demanda.
Calculó los riesgos, hizo los planos, vendió, compró, y se puso manos a la obra.
Luego de saludarlo y presentarle a mi amigo, nos invitó a pasar.
Ansioso por mostrar sus adelantos, nos sacó a recorrer sin más preámbulos el establecimiento, y a medida que avanzábamos, nos revelaba la función de cada sector. Las ranas eran de una especie tropical, llamada rana toro, y se alimentaban de moscas. Así que criaba también moscas para darle de comer a las ranitas.
Construyó ductos de poliuretano que ventilaban todo el criadero, por diferencia de altura y temperatura del aire, lo que ayudaba cuando se cortaba la electricidad.
Luego de acabar el paseo nos invitó a un café. Comentamos brevemente las noticias últimas. Por lo que nos dijo no estaba muy enterado de los ataques, ni de los comentarios circulantes. Notamos que no quería hablar sobre ello, se apreciaba que tenía suficiente con los problemas con su criadero.
Entonces le preguntamos como avanzaba la comercialización de su producto.
Nos contó que el negocio en sí no había comenzado a rendir y que se estaba quedando sin recursos. Inquirimos el por qué y nos dijo que llevaba ciento veinte trámites y no lograba obtener el permiso de venta de los tan promisorios batracios.
Y ya no sabía donde ponerlos. La supuesta ventaja de la rapidez con que se reproducían se había vuelto el principal inconveniente.
-¿Porqué no vas a la prensa?, le sugerimos. –Es más,  con todo este revuelo, no está lejos que paren por acá a preguntarte si sabés algo-, indicó acertadamente mi amigo.
No le gustó la posibilidad, nos explicó que si la oficina pública donde hacía los trámites quedaba al descubierto, seguro que cerraban el expediente y adiós negocio.
-¿Cuál es el problema de habilitarlo de una vez?- pregunté yo.
-Es que esta especie es depredadora, y si se escapan, crecen mucho y se comen a los otros sapos, entonces te imaginas los ecologistas, ponen el grito en el cielo. Además no quiero darles coima, y parece que ese es el fondo del asunto.
-Todo lo que está pasando es culpa de ellos y no mía- apuntó.
Nos despedimos, deseándole suerte y subimos al auto.
De regreso comentábamos lo corrupto que estaba el sistema.
-Hay que coimear para criar ranas, -bromeó mi amigo –, es lo último.
-Bueno- comenté yo- tenés que tener en cuenta que son un peligro para el eco sistema, mirá si se escapan y empiezan a comerse todo…
No terminé la frase, nos miramos y gritamos al unísono:
-¡Nooooooooo!...

FIN
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Autor Roosevelt J Altez           email: buencuentista@gmail.com

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